martes, 16 de noviembre de 2010

Los sucesos de los siglos XIV y XV en cuanto origen de los hechos del siglo XVI

ÉPOCA DE TRANSICIÓN DE  PROGRESO Y DE CRISIS
 Los enfrentamientos del siglo XIII entre papas y emperadores alemanes fueron uno de los factores que quebraron el sistema de la Cristiandad medieval. La crisis del imperio coincidió con el auge de los nuevos estados nacionales, con los que tuvo que contar el papado. Pero no se inició entonces una simple crisis política, sino un verdadero cambio de orientación que preludiaba una nueva edad. Los cambios aparecieron en muchos terrenos. En el ámbito geográfico se expandieron los límites del mundo medieval con los nuevos descubrimientos y viajes que culminaron con la llegada a América. En el ámbito político se inició un proceso particularista y centralista que imitaron todos los estados, incluido el papal. Pero este centralisrno coincidió con no pocos ataques a la forma misma de entender el papado y las relaciones entre el poder temporal y el espiritual. En el terreno cultural los comienzos del renacimiento se dan en un ambiente de aprecio por la ciencia entendida en sentido modemo y con la popularización del saber, sobre todo a partir de la difusión de la imprenta. Pero quizá lo más significativo de todo el período sea el afán de reforma dentro de la Iglesia, tanto en la cabeza como en los miembros. Aunque los Concilios de estos siglos hicieron planes reformadores y algunos grupos dentro de las órdenes religiosas empezaron a ponerlos en práctica, se llega al siglo XVI sin apenas avance.

EL TRASLADO DEL PAPADO
  El símbolo del deseo de reforma y de la dificultad de aplicarla que se dio a fines de la Edad Media puede ser el ermitaño Pedro Morone, elegido papa con el nombre de Celestino V, quien, a los cinco meses, consciente de su incapacidad para gobernar la Iglesia, renunció. Le sucedió Bonifacio VIII (1294-1303), tan convencido de la supremacía del poder espiritual sobre el temporal, que intentó llevarla a la práctica sin apreciar que era ya una teoría anacrónica. En la Bula Unam Sanctam (1302) no sólo consolidó la teocracia pontificia, sino que intentó imponérsela a Felipe el Hermoso de Francia, quizá el monarca más secular de la época. El enfrentamiento terminó con la prisión y afrenta del papa en Agnani a manos de Guillermo de Nogaret, consejero de Felipe el Hermoso. Un mes más tarde moria Bonifacio VIII y al poco después su sucesor, Benedicto XI que había iniciado un eficaz proceso de conciliación. El cónclave resultó tan dividido que duró once meses sin resultados y terminó por elegir al arzobispo de Burdeos, Clemente V (1305-1314), que tras un período errabundo se instaló en Aviñón (1309). Se inició así la llamada "cautividad de Babilonia", en la que el pontificado tuvo una clara impronta francesa: lo fueron los siete papas que allí se sucedieron y el noventa por ciento de los cardenales. Los Estados de la Iglesia italianos quedaron en la anarquia, lo que hizo que la corte aviñonense organizase un sistema fiscal tan eficaz como impopular, que dañó el prestigio papal.
 
DOS PAPAS A LA VEZ
 El regreso de los papas a Italia, instado por muchas voces, se hizo posible tras la pacificación de los Estados pontificios. Gregorio XI (1370-1378) se trasladó a Roma en 1377, pero no se inició la normalización esperada, sino que, a su muerte se inicia un período aún más confuso que el de Aviñón. El cónclave se realizó en medio de las presiones del pueblo de Roma que rechazaba la posibilidad de un nuevo papa francés. Con cierta rapidez se eligió al italiano Urbano VI (1378-1389), acatado como Papa por los cardenales en los primeros meses hasta que se separaron de él, declararon inválida la elección por haber votado sin libertad y eligieron como nuevo papa a Clemente VII (1378-1394) que se instaló en Aviñón. Ambos papas se excomulgaron y se inicio el cisma de Occidente, que en realidad sólo manifestaba la dificultad de saber quién era el papa legítimo.
 
 EL ANTI-PAPA
  El Concilio de Constanza había conseguido acabar con el Cisma, pero los decretos conciliaristas despertaron recelos y no fueron confirmados por el nuevo Papa. El inevitable enfrentamiento se produjo durante el pontificado de Eugenio IV (1431-47) en el Concilio de Basilea (1431-32). Este Concilio, iniciado regularmente, pero continuado en circunstancias anómalas, se fue radicalizando hasta ser una asamblea de clérigos que terminaron rompiendo con el papa, deponiéndolo y eligiendo un antipapa. Eugenio IV condenó tanto a los reunidos en Basilea como a la doctrina conciliarista. El grupo cismático se desintegró sólo y la teoría conciliarista cedió frente al primado romano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario